viernes, 21 de junio de 2013

Payasos por convicción

El payaso Joan Montanyés, Monti, falleció hace poco más de un mes a los 48 años, dejándonos a todos mudos y perplejos. Era un payaso vocacional con una grandísima trayectoria, pero lo que también lo hacía único era su firme compromiso con la profesión, no únicamente como forma de ganarse la vida sino reivindicando la importancia de ser payaso como actitud y por convicción. Ser payaso como 'irresponsabilidad social'. 

A raíz de un texto que redacté hace poco bajo el título 'El mundo por estrenar', nos enfrascamos mi hermano y yo en el debate de si es conveniente endulzar la infancia con fantasía, si debemos explicar a los niños la crisis y de qué forma, y un largo etcécetera de cuestiones que interconectaban los conceptos de infancia y fantasía con nuestro sistema social actual. Como ocurre en los buenos debates, no alcanzamos ninguna certeza.

Pero pocos días más tarde, mi hermano Pau me hizo llegar este texto fabuloso que quisiera compartir con vosotros. Unas letras que quizá no nos despejen ninguna de estas dudas pero que seguro nos ayudarán a conocer mejor a Monti, y además recogen el espíritu que yo quise transmitir cuando redacté aquel artículo. Vamos allá pués...


Testamento de Joan Montanyès, Monti:

"Tenemos una gran Irresponsabilidad social y debemos hacer honor a nuestro oficio sin beneficio. Meter la pata, que se rían de nosotros, tropezar, estornudar ruidosamente y cantar desafinados, estas son nuestras principales obligaciones. Todos somos Irresponsables de nuestro pequeño círculo. 


Cuando estemos fuera de aquí, en eso que llaman “el mundo real”, tenemos la obligación de demostrar, con nuestro comportamiento, que los payasos podemos cambiar la realidad.



Sonarse los mocos haciendo mucho ruido, (pedo: más vale fuera que dentro…) y cuando tengamos ganas de llorar, hagámoslo, pero a cántaros, mojando todo y a todo el mundo. Con la ralla bien marcada y un clavel rojo en el ojal…, para meterlo en la boca de los que gritan y en el cañón de los que quieren disparar. 


Perded el paso en los desfiles, y recordad: no hay ninguna bandera que valga más que un perro abandonado. Entre desfilar con un fusil al hombro o con una escoba, no lo dudemos, cojamos la escoba que nos será mucho más útil. 



En cualquier situación de emergencia, ya sea porque alguien nos grite, nos empuje para pasar él primero, nos robe el aparcamiento, o nos amenace con pegarnos, ya lo sabéis, sólo basta con sacar la bola roja y colocársela en la punta de la nariz… así… Y si así no lo calmáis, probad a darle un cacahuete, con los monos que son mucho más inteligentes que algunas personas, funciona.


La corbata siempre de colores, los bolsillos llenos de confeti y cuando estemos en casa de alguien demasiada serio, no olvidemos de aserrarle una de las patas de su butaca preferida… y si este alguien demasiado serio se empecina en recitarnos un importante discurso, pidámosle el texto fotocopiado. Ya sabéis que con los papeles se pueden hacer fantásticos aviones voladores, muy útiles en momentos de aburrimiento mortal. 


Los árboles son para subirse a ellos, no para cortarlos, sobre todo no abandonéis esta vida sin haber tirado un pastel de nata a la cara de un amigo, y cada noche, antes de ir a la cama, exigid siempre un cuento, sin importar la edad que tengamos...



La noche es nuestra. Las cometas mecen nuestros sueños y hacen que se conviertan en realidad. Todos tenemos derecho a adormecernos convencidos de que las hadas existen, que los príncipes son valientes y que los payasos tienen el arma más poderosa de la felicidad: la risa.

viernes, 14 de junio de 2013

Cocinas vacías



Han pasado ya dos años desde que se marchó, pero me basta con cerrar los ojos para contemplar su imagen, nítida y real como entonces. Lo recuerdo tan vívidamente en la soledad de las noches que cuando despierto creo que lo encontraré en la cocina tomando su desayuno. Pero cuando llego, veo la mesa vacía en la penumbra de una habitación apagada, en la tímida actitud de otro amanecer que araña la ventana. Tampoco huele a café, ni a tostadas, ni a suelo recién fregado. Únicamente yo y la cocina desnuda.


A lo lejos alguien piensa en mi cocina vacía y yo pienso también en la suya, en la de muchos otros, e imagino también habitaciones felices con olor a café, tostadas, zumo, galletas... Como en los anuncios. Madres que preparan el desayuno a sus hijos mientras la luz acaricia el mármol del banco, y maridos sonrientes recién levantados que interrumpen la escena abrochándose la corbata. Como en los anuncios.

Pero yo no me levanto maquillada y risueña como esa madre del spot, tampoco nadie me espera para darme los buenos días; y yo, yo tampoco espero a nadie a quien sonreír, a quien preparar café. Porque el rostro que habita en mis ojos cerrados me sonríe a mí pero no quiere sonrisas, ni lágrimas, ni café. Sólo me mira y me recuerda lo que él me enseñó antes de irse, cuando yo aún no lo comprendía.

Ahora que ya escucho lo que él me quiso decir es demasiado tarde para contárselo. Por eso, cuando me miro en el espejo y veo su figura encerrada en los ojos del espejo, únicamente le doy las gracias, bajito, para que me escuche él y no su reflejo. Puede que no me oiga, ya lo sé, pero lo importante no es que él me escuche sino que yo sepa que se lo quise decir, que se lo dije.

-Schhhh... Gracias.

Ahora ya no desayuno en casa pero guardo en la memoria amaneceres sin penumbras que invadían rápidamente cocinas compartidas, armarios llenos de ropa y risa, noches de luna sonrojada, televisores vacíos vigilados por sofás llenos...

Hay una caja repleta de recuerdos, es cierto, pero no son recuerdos tristes ni añorados desde la desazón o la nostalgia. Son retazos del pasado mirados con otros ojos, los nuevos, los que él me regaló antes de irse. Los que le agradecí.

Hay un armario abandonado, una cocina que espera, si, y también habitaciones quejumbrosas que lloran de noche porque no son las mismas. Tampoco yo lo soy. Y quizá ellas estén tristes pero ya no logran contagiarme.

Hay una persona nueva acotando los espacios vacíos. Se levanta risueña, hace café y desayuna en mi cocina ahora feliz. Esa persona tiene también unos ojos carceleros que capturan anhelos, pero también esperanza; y se mira en el espejo y ve sus ojos, expectantes; y agradece al pasado un regalo incomprendido.

Porque esa persona soy yo, la nueva, la que se levantó para vivir un anuncio de galletas y sólo halló vientos de soledad golpeando las ventanas; la que supo llenar de sentido el hueco que quedó cuando aquella noche ella regresó, sigilosa, y convirtió aquello cuanto tocaba en cenizas, en pasado.

Ella se lo llevó de aquí pero no lo encontrará en mis ojos.

Imagen: Anuncio de libro de recetas de los años 50 - Del blog: Láminas decoupage

jueves, 6 de junio de 2013

Maternidad: el verdadero puzzle

Hace un tiempo que anoto ideas en un cuaderno para después poder escribir sobre ellas con algo de calma. Ya he juntado una pequeña lista y por ahora son más las ideas pendientes que las que he ido plasmando aquí, en esta libreta virtual. Una de ellas me surgió hace ya muchos meses y la redacté de este modo, tal cual me vino: "la soledad de las madres". Suena un poco duro y a mí nadie me advirtió cuando estaba embarazada (cosa que agradezco), pero puede ocurrir. 

Es contradictorio, porque nunca en tu vida estás tan acompañada como en los primeros meses de tu bebé. Al principio, más que acompañada estás unida de una forma extraordinaria y desconocida al 'nuevo inquilin@', el bebé que has estado ansiando durante meses. A continuación y casi sin darte cuenta (mientras tratas de hacerte cargo de todo lo que supone tu nuevo rol) se te llena la casa de visitas. Pero pasando por alto el tumulto inicial, la realidad empieza a imponerse y todas las piezas deben recolocarse poco a poco en tu vida, con tu familia, que es la misma, pero no se comporta de igual modo. Llega la hora del día a día con las nuevas circunstancias. Quizá no tenías previsto que el cambio era tan trascendental y te das cuenta de que sí lo es. Y debes bucear en tu interior para encontrar la madre que eres y la que quieres ser, removiendo para ello tus propios recuerdos, tu infancia. Es tiempo de soledad compartida, de dudas y decisiones. 

Pero esta gran revolución que es la maternidad te está ocurriendo a ti y ahora, y tal vez no todo tu entorno vaya a empatizar con ello, a veces porque no saben, otras porque no pueden..  Lo que tú estás viviendo de esa forma tan intensa no lo están viviendo ellos, y la realidad ajena no se ha detenido. Algunos amigos no estarán a tu lado, no se adaptarán a tu nueva situación. Y tendrás que hacerte cargo de las decepciones. También ocurrirá que los que siguen a tu lado quizá no compartan tus preocupaciones, o tú sientas que no acaban de comprenderte. Y tu entorno más inmediato, tu familia, deberá readaptarse y encontrar su propio espacio en el nuevo escenario. Como un gran puzzle, pero de mayor dificultad, con secretas conexiones entre sus piezas.

Podría continuar así, compartiendo estos pensamientos, y de hecho lo haré en futuras entradas. Pero he encontrado un texto que condensa todo mi 'sentir' (aquello que estaba buscando expresar y había acotado bajo el lema 'La soledad de las madres'). Lo firma Sara Jor y se publicó en enero de 2011. Espero que disfrutéis tanto como yo de su lectura y que encontréis en él alguna de vuestras vivencias hechas palabras.


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¿Esto que me pasa es normal o me estoy volviendo loca?

“Cuando mi bebé nació todas las previsiones que tenía se fueron al traste... nada era como yo pensaba. Yo me sentía extraña, no me reconocía. Las conversaciones con mis amigas, ninguna de ellas madre, no me resultaban de interés. Mi madre y yo discutíamos siempre que venía a casa a vernos, no sé porqué me irritaba tanto su presencia... A veces lloraba sin una razón aparente, por cualquier cosa. Pero lo que realmente me preocupó fue que, cuando mi bebé dormía, ¡no podía evitar ir a ver si respiraba! ¿Esto será normal o es que me estoy volviendo loca?”  Laia, 32 años

A menudo escucho experiencias como esta, y no sólo eso, como madre también he tenido algunas de estas sensaciones. Aunque cada maternidad es una vivencia única, es a la vez, un relato común.

La maternidad es un cambio muy importante en la vida de una mujer que afecta a todos sus ámbitos: laboral, de pareja, social, ocio, familiar... y es totalmente normal pasar por un periodo de transición, nos adaptamos a la nueva situación. Nos rompe los esquemas, y hablo en un sentido totalmente literal. Cuando en el ámbito de la psicología decimos que la maternidad es una crisis vital estamos queriendo decir en otras palabras esto mismo, es un cambio en la vida tan excepcional que exige ajustes personales nuevos, ya que los recursos anteriores no nos sirven en la nueva situación.

Nace una madre, y con esta nueva identidad un abismo de dudas, inseguridades, miedos.... En poco tiempo, hay que buscar nuevas maneras, nuevos roles y funciones para la madre, el padre y todo el sistema familiar. El bebé obliga a recolocar como si de un nuevo puzzle se tratara, pero con las mismas piezas que se han utilizado hasta ahora: un padre, una madre, una abuela, un hermano etc... Las nuevas necesidades fuerzan al cambio en el sistema familiar que debe adaptarse, provocándose en muchas ocasiones disputas y rencillas que aparecen o que estuvieron en “stand by” hasta este momento.

La identidad materna se construye a través de la historia personal, la propia vivencia de la infancia, actitudes y características personales etc... así como por el contexto social que las envuelve. Actualmente, vivimos en una sociedad y una cultura que se mueve de manera muy contradictoria respecto a la crianza de nuestros hijos/as, y el núcleo familiar sufre mucho esta ambigüedad. De alguna manera todas las personas tenemos una definición propia de lo que es una “buena madre” y un “buen padre”, y esto va a funcionar como una guía fundamental ya que representan las directrices del proyecto de familia que queremos llegar a ser.

A todo este movimiento personal y familiar le unimos un elemento, que creo no se le da la importancia que realmente tiene, pero que desde mi punto de vista es principal: el cansancio. Sabemos perfectamente que no estamos hablando de cansancio físico, de haber corrido más que de costumbre esa mañana, o haber tenido mucho trabajo, que se acaba después de dormir algunas horas más de las habituales. Se trata de un cansancio de otro orden que viene de ocuparse de un bebé veinticuatro horas al día los siete días de la semana, del peso de la responsabilidad de un personita que depende totalmente de ti, la novedad de la situación...... Es un cansancio que no desaparece tan fácilmente, ya que es del área más emocional y energética. Todos estos elementos producen que en la maternidad/ paternidad se de en muchas ocasiones una sensación de vulnerabilidad o sensibilidad especial.